

Todos los jueves a las 20 horas, los «veteranos» de Blanquillo se juntan a jugar al fútbol durante dos horas en la cancha del Centro MEC. Hombres de entre treinta y setenta años se mezclan, corren, gritan y se divierten.
Al atardecer, los vecinos de La Paloma dedican unos minutos para ver la puesta de sol.
Todos los días, José y Yanet barren el «urnario» del cementerio. El silencio del pueblo impregna tanto el lugar como a sus funcionarios. Ellos cuidan la memoria de los muertos de Blanquillo mientras ven cómo los estantes se van llenando de urnas y flores
En el cementerio se construyen panteones sencillos pero coloridos. No son muchos, pero el color le da cierta vitalidad a un lugar donde las visitas son poco frecuentes.
Adolescentes del liceo de Blanquillo aprovechan los cinco minutos de recreo para ver y ser vistas
Blanquillo es un pueblo rodeado de tierra arcillosa. Yaqueline dedica sus horas libres, junto con otras compañeras, «las que van quedando», a hacer cerámicas. Hoy arregla una maceta que de un día para otro se deformó.
Marta y Yaqueline hacen cerámicas dentro de uno de los galpones que AFE les entregó hace años a los ceramistas de Blanquillo. La producción es abundante. No así los compradores, que esporádicamente pasan y se llevan alguna artesanía obligados por la tradición de la zona.
Hace dos años funciona el carro de Silvia. Sus clientes son principalmente camioneros y visitantes pasajeros que a la noche no encuentran otros lugares donde comer. La vecina de enfrente le hace compañía a veces. Si no, lo hace un televisor de pocas pulgadas.